jueves, 24 de marzo de 2011

Economía mundial, ante cóctel explosivo


Por Emilio Campo, economista:
Al comienzo del año ningún analista de mercado, ni siquiera el más pesimista, podría haber imaginado que a esta altura la economía mundial estaría enfrentando una nueva guerra de Occidente contra un país musulmán, una creciente inestabilidad política en Medio Oriente (y lo que es más preocupante aún, en la misma Península Arábiga), el precio del petróleo WTI por encima de 100 dólares el barril y un terremoto absolutamente devastador en Japón. Si a esto se le suma la crisis irresuelta de los PIGS de Europa, cualquiera hubiera pensado que los mercados estarían al borde de un ataque de nervios.
DESPERTARES  DESPERTARES  DESPERTARES  DESPERTARES

Sorprendentemente, no es así. Los índices de las principales Bolsas se han recuperado de sus mínimos (incluso el Nikkei) y los mercados de crédito no exhiben señales de estrés. Además, algunos de los bancos que hace poco menos de dos años estaban al borde de la bancarrota, comenzaron a pagar nuevamente dividendos a sus accionistas. ¿Qué es lo que está pasando? Algunos observadores, los más optimistas, aducirán que es simplemente un reflejo de la solidez de la economía mundial. Otros más realistas dirán que en realidad la relativa calma en los mercados muestra el enorme poder de una política monetaria expansiva (QE1, QE2 y todas sus otras variantes). Para los más cínicos, los inversores están en «denial», es decir no evalúan correctamente los múltiples riesgos que enfrenta hoy la economía mundial.

En circunstancias tan cambiantes donde consideraciones geopolíticas dominan a las económicas es muy difícil aventurar pronósticos. Es más fácil descartar escenarios. Uno de ellos es el de un cambio en la política monetaria en el mundo desarrollado. En vista de lo que ha sucedido en Japón, el cronograma de ajustes a la tasa de interés por parte del Banco Central Europeo (sugerido pero no implementado) y/o la Fed (ni siquiera mencionado) se ha retrasado al menos por seis meses y probablemente mucho más. Es decir que vamos a tener tasas de interés bajas en dólares y en euros por bastante rato (a menos que el precio del petróleo se dispare por encima de los 130 dólares).

El análisis del terremoto en Japón tiene múltiples dimensiones. La tragedia humana es inconmensurable, pero al igual que la guerra también tiene un impacto económico. Aunque es todavía muy temprano para estimarlo con precisión (algunos analistas calculan el costo en 125.000 millones de dólares, lo cual probablemente es optimista), podemos hacer las siguientes observaciones. Primero, la inevitable contracción de la economía japonesa no va a tener demasiado impacto sobre Estados Unidos o Europa, cuyas exportaciones a Japón son relativamente pequeñas (Australia es el país más vulnerable). Segundo, es improbable que la reconstrucción financiada por el Gobierno alcance a compensar la contracción provocada por el terremoto (recordemos que la recuperación posterior al terremoto de 1995 no logró sacar a Japón de su estancamiento). Con un enorme déficit fiscal (que antes del terremoto rondaba el 10% del PBI) y un ratio de deuda pública sobre el PBI de casi un 225% (casi el doble del de Grecia), el Gobierno japonés no tiene mucho margen de maniobra para aumentar el gasto público. Y si lo hace, probablemente la tasa de interés en yenes aumente, lo cual complicará aun más el panorama fiscal. Esta situación es claramente percibida en el mercado de CDS, donde los spreads sobre la deuda pública japonesa tocaron 105 puntos básicos (versus 35 puntos básicos en septiembre de 2009 y 130 el día después del terremoto). Que un país como Japón cotice por encima de 100 puntos básicos debería ser una señal de alarma.

Hay otros escenarios para Japón que sí pueden tener mayor impacto sobre el resto del mundo. El primero está relacionado con Medio Oriente. El daño causado a las plantas nucleares dejó en evidencia la vulnerabilidad energética de Japón. La energía nuclear era la única fuente de energía verdaderamente doméstica (aunque el uranio era importado). El sector industrial japonés depende críticamente de un flujo ininterrumpido de petróleo a través del Estrecho de Ormuz (el 100% de las importaciones de petróleo a Japón provienen del Golfo Pérsico). Si la inestabilidad política en Bahréin y Yemen y las tensiones entre Arabia Saudita e Irán ponen en peligro ese flujo, la economía japonesa entraría en una crisis impensable que sí podría descalabrar la cadena industrial en el mundo desarrollado. El otro escenario peligroso puede ser provocado por una crisis financiera. Ya el año pasado el FMI había alertado que el déficit fiscal y los niveles de deuda pública de Japón eran insostenibles. En un artículo reciente, Michael Lewis, el influyente autor de «Liars Poker» y «The Big Short», mencionó que algunos hedge funds contemplan la posibilidad de que Japón deje de pagar o reestructure su deuda. Como la mayor parte de esa deuda es doméstica, es improbable que este escenario ocurra. Pero no el de una licuación a través de mayor inflación. Cualquiera de estos escenarios tendrá un fuerte impacto en los mercados financieros mundiales. Si los spreads de los CDS sobre los bonos japoneses vuelven a merodear alrededor de 150 puntos básicos, hay que empezar a preocuparse.

En cuanto a Medio Oriente, la situación es mucho más complicada que hace sólo un mes. Más allá de lo que está ocurriendo en Libia, la inestabilidad política se va acercando peligrosamente a Arabia Saudita. La región es el epicentro de múltiples tensiones y conflictos: entre musulmanes chiitas y sunitas, entre árabes e israelíes por la cuestión Palestina, entre moderados y extremistas, entre el islamismo radical y los Estados Unidos, entre dictaduras y democracias. Sólo la lámpara de Aladino nos permitiría vislumbrar cómo y cuándo se resolverán estos conflictos. Lo único que queda claro es que la violencia y la turbulencia estarán presentes.

Al igual que la aventura militar lanzada contra Gadafi, la política económica del mundo desarrollado carece de una clara estrategia de salida («exit strategy»). Lo que parece haber es una estrategia de escape hacia adelante o una variante del «después de mí, el diluvio» de Luis XV, es decir, dejarles el problema a los que vienen. Quienes toman las decisiones a nivel gubernamental parecen basar sus esperanzas en que la recuperación continúe como si nada y que no haya más sobresaltos en Medio Oriente. Es lo que en inglés se denomina «wishful thinking».