En este análisis, dividido en dos partes, el ex diplomático y profesor
de ciencias políticas Peter Dale Scott muestra como Estados Unidos ha
caído, por etapas sucesivas y a partir del asesinato de John F. Kennedy,
en la situación que el presidente Eisenhower temía
y sobre la cual incluso advirtió a sus compatriotas. Desde el 26 de
octubre de 2001 y la imposición de la Patriot Act, el Estado profundo,
una estructura secreta que se sitúa por encima de las apariencias
democráticas, es quien realmente gobierna el país.
- El presidente John F. Kennedy fue declarado oficialmente muerto el 22 de noviembre de 1963 a las 13 horas. A las 14 y 38 minutos, el vicepresidente Lyndon B. Johnson prestaba juramento a bordo del avión presidencial Air Force One. A su lado se encuentra Jacqueline Kennedy, quien aún lleva el conjunto de Chanel manchado con sangre de su esposo. Meses más tarde, en una entrevista concedida al historiador Arthur Schlesinger Jr, la viuda de Kennedy declara que sospecha que Johnson organizó el asesinato de su marido en contubernio con las grandes empresas petroleras de Texas.
«Estoy conciente de la posibilidad que se instaure une verdadera tiranía
en Estados Unidos. Tenemos por lo tanto que asegurarnos de que esta
agencia [la National Security Agency, NSA] y todas las demás que posean
estas tecnologías operen dentro de un marco legal y bajo una supervisión
apropiada, para que nunca caigamos en ese abismo. Sería esa una caída
sin regreso.» – Senador Frank Church (1975)
Es mi intención abordar en este artículo cuatro hechos importantes, y
sin embargo mal analizados: el asesinato de John F. Kennedy, el
escándalo del Watergate,
el escándalo Irangate [también conocido en Latinoamérica como
Irán-Contras, nota del traductor] y el 11 de septiembre. Analizaré estos
hechos o eventos –que llamaré «profundos»– como parte integrante de un proceso político aún más profundo que los vincula entre sí, de un proceso que ha favorecido la construcción de un poder represivo en Estados Unidos, en detrimento de la democracia.
He mencionado, durante los últimos años, la existencia de una fuerza
oscura detrás de esos hechos –fuerza que, a falta de encontrar algo
mejor, le he dado el nombre o calificativo de «Estado profundo»,
estructura que se mueve simultáneamente dentro y fuera del Estado
público. Hoy trataré por vez primera de identificar una parte de esa
fuerza oscura, que ha venido funcionando al margen del Estado público
desde hace al menos 5 décadas. Esta fuerza tiene un nombre que no es de
mi invención: «Proyecto Juicio Final» (Doomsday Project).
Así designa el Departamento de Defensa los planes de contingencia
tendientes a «garantizar el funcionamiento de la Casa Blanca y del
Pentágono durante y después de una guerra nuclear o cualquier otra
crisis de gran envergadura.» [1]
Aunque simple, este trabajo tiene un importante objetivo: demostrar que el Proyecto Juicio Final
de los años 1980, así como los anteriores planes de crisis que
condujeron a la estructuración de dicho proyecto, desempeñaron entre
bastidores un papel determinante en los eventos profundos que pretendo
analizar.
Dicho de manera más explícita, esta planificación fue un factor
primordial tras los tres preocupantes fenómenos que hoy amenazan la
democracia en Estados Unidos. El primero fue la transformación de
nuestra economía en una «plutonomía», o sea en una economía con
objetivos plutocráticos, caracterizada por una creciente división de
Estados Unidos en dos clases –los opulentos y los desfavorecidos, los
que pertenecen al «1%» y los miembros del «99%». El segundo fenómeno es
la creciente militarización de Estados Unidos, y sobre todo su tendencia
a librar o desatar guerras en regiones lejanas, lo cual se hecho cada
vez más corriente y previsible.
Es evidente que las operaciones de esta maquinaria de guerra
estadounidense han estado al servicio de los intereses del 1% que ocupa
la cúspide de la pirámide [2].
El tercer fenómeno, que constituye el tema central de este ensayo, es
la considerable influencia de los eventos estructurales profundos sobre
la Historia de los Estados Unidos, influencia por demás cada vez más
nefasta: acontecimientos misteriosos (como el asesinato del presidente John F. Kennedy
(ver parte relacionada con Kennedy en este link), el caso de los
«plomeros» del Watergate y los atentados del 11 de septiembre, que
afectan brutalmente la estructura social estadounidense) tienen un
tremendo impacto en la sociedad de este país. Por otro lado,
constantemente implican la ejecución de actos criminales o violentos. Y
son generados, para terminar, por una fuerza oscura y desconocida.
La actual descomposición de Estados Unidos en términos de disparidades de ingresos y de desigualdad
en materia de riqueza, o de su militarización y su creciente tendencia
belicista, ha sido objeto de muchos análisis. Mi enfoque en este ensayo
tiene, a mí entender, un carácter inédito: consiste en señalar que las
disparidades en materia de ingresos –dicho de otra forma, la
«plutonomía»–, al igual que las tendencias guerreristas de Estados
Unidos han sido considerablemente favorecidas por lo yo que llamo
eventos profundos.
Es necesario comprender que las disparidades en materia de ingresos
en la economía estadounidense no son fruto de una acción de las fuerzas
empresariales independiente de la intervención política. Por el
contrario, esas desigualdades fueron en gran parte engendradas por un proceso político continuo y deliberado que data de los años 1960 y 1970 –periodo durante el cual los individuos más ricos del país temían perder el control de este.
En aquella época, en su memorándum de 1971, el futuro juez de la
Corte Suprema Lewis Powell advirtió que la supervivencia del sistema de
libre empresa dependía de «la planificación y la aplicación cuidadosas, a
largo plazo» de respuestas ampliamente financiadas contra las amenazas
que representaba la izquierda [3].
Aquella advertencia engendró una violenta ofensiva de la derecha,
coordinada por varios círculos de reflexión y generosamente financiada
por un pequeño grupo de fundaciones familiares [4].
Hay que tener presente que todo aquello respondía al surgimiento de
graves motines en Newark, Detroit y otras ciudades, y que la izquierda
lanzaba por entonces un creciente número de llamados a la revolución
(tanto en Europa como en Estados Unidos). He de concentrarme aquí en la
respuesta de la derecha y en el papel de los eventos profundos en la
facilitación de dicha respuesta.
La verdadera importancia del Manifiesto Powell
residía no tanto en el documento en sí como en el hecho de que se
redactó a pedido de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, uno de los
grupos de presión más influyentes y más discretos. Por otra parte, aquel
memorándum era sólo un síntoma entre tantos de que una guerra de clases
estaba tomando forma en los años 1970, un proceso más amplio que venía
desarrollándose tanto dentro del gobierno como fuera del mismo (y que
incluía lo que Irving Kristol calificó de «contrarrevolución
intelectual» y que llevó directamente a la autoproclamada «Revolución Reagan» [5].
Resulta evidente que aquel proceso más amplio se desarrolló durante
prácticamente 5 décadas, mientras que la derecha inyectaba miles de
millones de dólares en el sistema político de Estados Unidos. Lo que
quiero demostrar aquí es que los eventos profundos también fueron parte
integrante de estos esfuerzos de la derecha, desde el asesinato de John
F. Kennedy hasta los atentados del 11 de septiembre.
El resultado del 11 de septiembre fue la aplicación de planes para
la «continuidad del gobierno» (COG, sigla correspondiente a «Continuity
of Government»), que fueron calificados en las audiencias de Oliver North
sobre el escándalo Irangate, en 1987, como planes preparatorios para
«la suspensión de la Constitución de los Estados Unidos». Estos planes
de la COG, elaborados en base a planificaciones anteriores, fueron
meticulosamente desarrollados desde 1982 en el marco de lo que ha dado
en llamarse el Proyecto Juicio Final (Doomsday Project) por un
equipo secreto nombrado por Reagan. Dicho equipo se componía de
personalidades públicas y también privadas, entre las que se encontraban
Donald Rumsfeld y Dick Cheney.
Trataré de probar que, bajo esa perspectiva, el 11 de septiembre no
fue otra cosa que el resultado de una secuencia de eventos profundos que
se remonta al asesinato de Kennedy, o incluso a una época anterior, y
que los inicios del Proyecto Juicio Final están presentes en cada uno de ellos.
Para ser exacto, sobre estos eventos profundos, trataré de demostrar:
1)
que en el seno de la CIA y de otras agencias similares
(estadounidenses) hubo comportamientos malintencionados que
contribuyeron al asesinato de Kennedy y a los atentados del 11 de septiembre;
2) que las consecuencias de cada evento profundo incluyeron un recrudecimiento del poder represivo autoritario a favor de esas agencias, en detrimento del poder democrático persuasivo; [6]
3)
que existen coincidencias sintomáticas en la presencia de ciertos
individuos entre los autores de estos diferentes eventos profundos;
4) que se observa en cada uno de esos eventos la implicación de elementos vinculados al tráfico internacional de drogas –lo cual sugiere que nuestra actual «plutonomía» es también, en cierta medida, una «narconomía»;
5) que tras cada uno de esos eventos se puede observar la presencia del Proyecto Juicio Final
(cuyo papel se hace cada vez más importante con el paso de los años), o
sea de la estructura alternativa de planificación de urgencia que
dispone de sus propias redes de comunicación y opera como una red de la
sombra al margen de los canales gubernamentales normales.
Los comportamientos burocráticos malintencionados como factor que contribuyó al asesinato del presidente John F. Kennedy y a la realización de los atentados del 11 de septiembre
El asesinato del presidente John F. Kennedy y los atentados del 11 de
septiembre fueron facilitados por la forma como la CIA y el FBI
manipularon sus propios expedientes sobre los presuntos autores de cada
uno de esos hechos (Lee Harvey Oswald,
en lo que llamaré el caso JFK, y los presuntos piratas aéreos Khaled
al-Mihdhar y Nawaf al-Hazmi, en los atentados del 11 de septiembre). La
decisión tomada el 9 de octubre por Marvin Gheesling, un agente del FBI,
de borrar a Oswald de la lista de vigilancia del FBI es parte de esa
facilitación. Esa decisión se aplicó después del arresto de Oswald en
Nueva Orleáns, en agosto de 1963, y de su posterior viaje a México en
septiembre. Es evidente que ambos hechos deberían haber convertido a
Oswald en candidato a una vigilancia reforzada [7].
Ese comportamiento malintencionado constituye un paradigma si lo
asociamos con las acciones de otras agencias, en particular con las de
la CIA, en el caso JFK y en el 11 de septiembre. En efecto, el
comportamiento de Gheesling va claramente en el sentido de un
ocultamiento culposo de información por parte de la CIA, durante el
propio mes de octubre [de 1963] –información que ocultó al FBI y según
la cual Oswald se había reunido en México con Valery Kostikov, un
presunto agente del KGB [8]. Ese ocultamiento contribuyó también a garantizar que Oswald no estuviese bajo vigilancia.
En efecto, el ex director del FBI Clarence Kelley se quejó en sus
memorias de que la retención de información por parte de la CIA fue la
principal razón que explicaba por qué Oswald no estaba bajo vigilancia
el 22 de noviembre de 1963 [9].
La provocación de la Inteligencia Militar en 1963 fue más alarmante
aún. En efecto, no contenta con retener información sobre Lee Harvey
Oswald, una de sus unidades fabricó incluso datos falsos de inteligencia
que parecían destinados a provocar una respuesta [militar] contra Cuba.
Yo califico ese tipo de provocaciones como cuentos primarios, en este
caso se trata de intentos de describir a Oswald como un conspirador
comunista (todo lo contrario de los posteriores cuentos secundarios,
igualmente falsos, que lo describen como un rebelde solitario). Un cable
del mando del IV ejército, con sede en Texas, puede ser considerado un
revelador ejemplo de cuento primario. Recoge una información
proporcionada por un policía de Dallas que era también miembro de una
unidad de reserva de la Inteligencia Militar:
«El primer asistente Don Stringfellow, [de la] sección de Inteligencia, Departamento de Policía de Dallas, notificó al 112º Grupo INTC [de inteligencia], [asignado a] este cuartel general, que las informaciones obtenidas de Oswald revelaron su defección hacia Cuba en 1959 y su condición de miembro del Partido Comunista, del que posee un carnet.» [10]
El 22 de noviembre [de 1963, día del asesinato de JFK], aquel cable
fue enviado directamente al Mando estadounidense de Ataques Militares,
en Fort MacDill, Florida, la base preparada para desatar un posible ataque de represalia contra Cuba [11].
Aquel cable no era tan sólo una aberración aislada. Contaba con el
respaldo de otros falsos cuentos primarios provenientes de Dallas sobre
el fusil que supuestamente había utilizado Oswald. Aquellas historias
falsas se basaban en particular en una serie de traducciones erróneas
del testimonio de Marina Oswald. El objetivo de aquellas falsificaciones
era sugerir que el fusil de Oswald en Dallas era un arma que había
conseguido en Rusia [12].
Estos últimos informes falsificados sobre Marina Oswald,
aparentemente no relacionados con los anteriores, pueden sin embargo
llevarnos de regreso a la 488ª unidad de reserva de la Inteligencia
Militar, a la que pertenecía Don Stringfellow [13].
Ilya Mamantov, el intérprete que proporcionó inicialmente la falsa
traducción de los testimonios de Marina Oswald, fue escogido por Jack
Crichton, un magnate del petróleo de Dallas, y por George Lumpkin, el
director adjunto de la policía de la misma ciudad [14].
Crichton y Lumpkin eran [respectivamente] el jefe y el primer adjunto
de la 488ª unidad de reserva de la Inteligencia Militar [15].
Dentro del círculo de petroleros de Dallas, Crichton era también un
simpatizante de la extrema derecha: administrador de la Fundación H.L. Hunt, fue además miembro del Comité Américano de Ayuda a los Combatientes de la Libertad de Katanga (American Friends of the Katanga Freedom Fighters), organización de oposición a las políticas de Kennedy con respecto al Congo.
Ver video del asesinato de Lee Harvey Oswald.
Después del asesinato del presidente Kennedy, su supuesto asesino, es decir Lee Harvey Oswald, tenía que ser eliminado a su vez para que la verdad no sea conocida y tal como un chivo expiatorio, Lee Harvey Oswald fue eliminado poco después por el mafioso Jack Ruby en el mismo centro policial de detención y ante la ineficacia de varias docenas de policias que lo custodiaban.
Después del asesinato del presidente Kennedy, su supuesto asesino, es decir Lee Harvey Oswald, tenía que ser eliminado a su vez para que la verdad no sea conocida y tal como un chivo expiatorio, Lee Harvey Oswald fue eliminado poco después por el mafioso Jack Ruby en el mismo centro policial de detención y ante la ineficacia de varias docenas de policias que lo custodiaban.
Es importante tener en mente que ciertos miembros de la Junta de
Jefes de Estado Mayor [JCS, siglas correspondientes a Joint Chiefs of
Staff] estaban extremadamente irritados porque la crisis de los misiles
de 1962 no había desembocado en una invasión contra Cuba. Por otro lado,
en mayo de 1963 y bajo la dirección de su nuevo jefe, el general
Maxwell Taylor, la JCS seguía convencido de que «una intervención
militar de Estados Unidos en Cuba [sería] necesaria» [16].
Habían pasado 6 meses desde el momento en que Kennedy ofreciera
garantías explícitas a Jruschov para la solución de la crisis de los
misiles, en octubre de 1962, asegurándole que Estados Unidos no
invadiría Cuba –garantías que sin embargo dependían de importantes
condiciones [17].
Aquellas garantías presidenciales no impidieron que el J-5 de la
Junta de Jefes de Estado Mayor (el J-5 es la Dirección de Planificación y
Políticas de la JCS) elaborara una lista de de «provocaciones
fabricadas para justificar una intervención militar» [18].
(Uno de los ejemplos de «provocaciones fabricadas» incluía «utilizar
aviones del tipo MiG piloteados por aviadores estadounidenses para […]
atacar barcos mercantes o el ejército de Estados Unidos».) [19]
Las mentiras sobre Oswald que emanaban de Dallas fueron lanzadas
inmediatamente después del asesinato [de JFK], por lo tanto no bastan
para probar que el asesinato haya sido un complot que implicara engaño y
provocación. Sí son reveladoras, en cambio, del sentimiento
anticastrista que prevalecía en la 488ª unidad de reserva de la
Inteligencia Militar en Dallas, y nos confirman que aquel estado de
ánimo era llamativamente similar al que existía en el J-5 en el mes de
mayo de 1963 –o sea, se trataba del estado de ánimo que produjo una
lista de «provocaciones fabricadas» para justificar un ataque contra
Cuba. (Según Crichton, «[la 488ª unidad de reserva] contaba con un
centenar de hombres, de los cuales unos 40 o 50 provenía del
Departamento de Policía de Dallas.») [20]
Estos comportamientos malintencionados en el seno de las burocracias
de la CIA, del FBI y del ejército –las tres agencias con las que Kennedy
había tenido serios desacuerdos durante su trunca presidencia [21]–
difícilmente pueden explicarse invocando la simple casualidad. Más
adelante demostraré, en este mismo artículo, la existencia de un vínculo
entre el petrolero de Dallas Jack Crichton y la planificación de crisis
de 1963, que se convirtió en el Proyecto Juicio Final.
El mismo tipo de comportamiento malintencionado se produce en el seno de la burocracia alrededor del 11 de septiembre
En 2000 y 2001, antes del 11 de septiembre, la CIA volvió a
abstenerse de comunicar al FBI la existencia de importantísimas pruebas
–informaciones que, de haber sido compartidas, habrían llevado al FBI a
vigilar a Khaled al-Mihdhar y a Nawaz al-Hazmi, dos de los presuntos
piratas aéreos. Debido a esta importante retención de información un
agente del FBI predijo con toda exactitud, en agosto de 2001, que «un
día habrá gente que pierda la vida» [22].
Después del 11 de septiembre, otro agente del FBI declaró, refiriéndose
a la agencia: «Ellos [la CIA] no querían que el Buró se metiera en sus
asuntos –es por eso que no dijeron nada al FBI. […] Y es por eso que se
produjo el 11 de septiembre. Es por eso que se produjo ese hecho. […]
Ellos tienen las manos manchadas de sangre. Son responsables de la
muerte de 3,000 personas.» [23]
En este caso, la retención de información crucial antes del 11 de
septiembre –[información] que la agencia estaba obligada a transmitir al
FBI en virtud de sus propias reglas– era comparable a las
disimulaciones de la NSA [24].
En otras palabras, sin esas retenciones de pruebas, ni el asesinato
de Kennedy ni el 11 de septiembre hubiesen podido concretarse como lo
hicieron. Como yo mismo señalo en mi libro American War Machine, tal
parece como si en un momento dado
«Oswald, y más tarde Al-Mihdhar, hubieran sido preseleccionados como sujetos designados para una operación. El objetivo inicial no sería obligatoriamente cometer un crimen contra Estados Unidos. Por el contrario, probablemente se actuó para preparar a Oswald en relación con una operación contra Cuba y a al-Mihdhar para una operación contra Al-Qaeda [como yo mismo sospecho]. Pero a medida que los mitos [los que era posible explotar] comenzaban a acumularse alrededor de esos dos personajes, se hacía posible que individuos mal intencionados lograran subvertir la operación autorizada convirtiéndola en un sangriento plan cuya existencia misma se escondería después. Ya en ese punto, Oswald (y por analogía al-Mihdhar) dejaba de ser un simple sujeto designado para convertirse también en un culpable designado.» [25]
Kevin Fenton llega a la misma conclusión sobre el 11 de septiembre en su libro, muy completo, titulado Disconnecting the Dots
[«Sembrando la confusión»]. O sea que «a partir del verano de 2001, el
objetivo de la retención de información era permitir el desarrollo de
los ataques» [26].
Kevin Fenton identificó también al principal responsable de ese comportamiento administrativo malintencionado: el oficial de la CIA Richard Blee, director de la Unidad ben Laden de la CIA. Cuando Clinton todavía era presidente, Blee había sido miembro de una facción de la CIA que militaba activamente por una implicación más belicista de la CIA en Afganistán, de conjunto con la Alianza del Norte afgana [27]. Esos proyectos se concretaron inmediatamente después del 11 de septiembre, y el propio Blee fue ascendido al rango de jefe de estación [de la CIA] en Kabul [28].
Kevin Fenton identificó también al principal responsable de ese comportamiento administrativo malintencionado: el oficial de la CIA Richard Blee, director de la Unidad ben Laden de la CIA. Cuando Clinton todavía era presidente, Blee había sido miembro de una facción de la CIA que militaba activamente por una implicación más belicista de la CIA en Afganistán, de conjunto con la Alianza del Norte afgana [27]. Esos proyectos se concretaron inmediatamente después del 11 de septiembre, y el propio Blee fue ascendido al rango de jefe de estación [de la CIA] en Kabul [28].
Como la retención de pruebas por parte de la CIA y la NSA en el segundo incidente del golfo de Tonkín contribuyó a desatar la guerra contra Vietnam del Norte
Ahorraré a los lectores del presente artículo los detalles de esta
retención de información, ya ampliamente explicada en mi libro American War Machine
(que saldrá a la venta en francés en agosto de 2012). El incidente del
golfo de Tonkín es, sin embargo, comparable al asesinato de Kennedy y al
11 de septiembre ya que la manipulación de pruebas contribuyó a poner a
Estados Unidos en el camino de la guerra (muy rápidamente en ese caso).
Hoy en día, historiadores como Fredrik Logevall están de acuerdo con
la evaluación del subsecretario de Estado George Ball, según la cual la
misión de los navíos de guerra estadounidenses en el golfo de Tonkín
–que acabó dando lugar a los incidentes– «tenía un carácter
esencialmente provocador» [29]. La planificación de aquella misión provocadora venía del J-5 de la Junta de Jefes de Estado Mayor
[JCS], el mismo equipo que había estimado en 1963, en el caso de Cuba,
que «la fabricación de una serie de provocaciones tendientes a
justificar una intervención militar [era] realizable» [30].
La disimulación de la verdad por parte de la NSA y de la CIA, el 4 de
agosto de 1964, se produjo en un contexto marcado por una voluntad
confesa (pero controvertida), en los más altos niveles del Estado, de
atacar Vietnam del Norte. En este aspecto, el incidente del golfo de
Tonkín es notoriamente similar a la disimulación de la verdad –por parte
de la CIA y de la NSA– que condujo directamente al 11 de septiembre, en
momentos en que también existía una voluntad gubernamental de desatar
la guerra (a pesar de que también en ese caso se trataba de una voluntad
controvertida).